Sinfonías n. 2 y 7
Berliner Philarmoniker dirigida por Herbert von Karajan
Con demasiada frecuencia se ha contemplado la obra y los avatares humanos de Beethoven como la expresión de una voluntad titánica de afirmación de sí mismo, de una confianza en el progreso de la humanidad, de una felicidad erigida con las propias manos y asentada en el rigor y la coherencia morales. (...)
En su música y en sus escritos empieza a descollar un grito: ¡Oh Dios mío, mi defensa, mi fortaleza, mi único refugio!... Escúchame, ser a quien no sé cómo llamar, acoge la imploración de la más desdichada de las criaturas. ¡Oh Dios mío, socórreme! Soslayando este lamento, aunque sólo sea como manantial subterráneo, no se pueden comprender todas las expresiones, musicales o no, de real, apasionada invocación de este hombre consciente de su propia fragilidad: el lamento de Beethoven proviene de un alma que reconoce su dependencia de un Dios potente, pero todavía desconocido, o mejor dicho, aún no reconocido.
(Vera Drufuca - texto traducido del fasciculo adjunto al CD)
Nos ayudan en nuestra vía de comprensión de esta obra extraordinaria las sugerencias fantasiosamente fecundas de un gran compositor del pasado, Robert Schumann: Son las bodas más animadas que se puedan imaginar, pero la esposa es una criatura celeste con una rosa en sus cabellos. Me engañaría si en la introducción no se dieran cita los huéspedes, no se saludaran cordialmente, si las alegres flautas no recordaran que todo el pueblo acicalado con verdes ramajes y cintas coloreadas está de fiesta en honor de la joven Rosa... Pero la imagen más hermosa es la que crea Shumann para explicar la llegada ines- perada del segundo e inquietante movimiento: Me equivocaría considerablemente si la madre pálida y temblorosa no le preguntara: – ¿Sabes que tenemos que separarnos?–. Este alejamiento es la condición dramática de todo genuino alborozo.
(Enrico Parola y Pier Paolo Bellini - texto traducido del fasciculo adjunto al CD)