Sonata para arpeggione y piano- Trío para piano, violín y violonchelo en si bemol mayor, op. 99
M. Rostropovich, B. Britten, V. Aškenazij, P. Zukerman, L. Harrell
Cuando escucho la Sonata para arpeggione y piano de Schubert no puedo dejar de desear que el camino de cada hombre crezca hasta alcanzar la misma perfección expresiva – armónica y melódica – que esta obra maestra.
No es frecuente escuchar una obra musical tan bella y tan perfecta como esta composición. La música, intensa y vibrante de dulzura, sin pretensión alguna de impresionar, se despliega discretamente, aceptando nacer de lo que existe, casi obedeciendo a algo distinto del puro efluvio de pensamientos y sentimientos del compositor. Precisamente en dicha obediencia, a través de una relación afable con lo que es dado que va profundizándose, Schubert descubre el Misterio y se acerca a la perfección.
El recorrido del músico se convierte de esta forma en metáfora de la existencia humana. Cada uno de nosotros está hecho para que aquello que Dios pide a su vida – la vida como vocación – alcance su perfección de armonía y melodía. ¿De dónde puede nacer la alegría si no es de esta obediencia? Porque la armonía es una obediencia; en el ámbito de la libertad, de la inteligencia y del amor, la armonía es una obediencia. Quien reconoce aquello por lo que es hecho, quien desea la perfección de su vida, la pide, la sigue, la obedece. Pues, ¿qué es el segundo movimiento de esta Sonata, sino una tenaz y apasionada petición?
Me imagino a Schubert que escribe con un anhelo de belleza y de perfección, estando disponible a la verdad y a la belleza. ¿Qué actitud del hombre revela dicha disponibilidad, que es el único modo para conocer verdaderamente? En primer lugar, el estupor. El estupor es la mirada contemplativa, es la consecuencia del único modo de abrazar verdaderamente un hecho, un acontecimiento, un encuentro. “Los conceptos crean los ídolos, sólo el estupor conoce”, decía Gregorio de Nissa, un gran Padre de la Iglesia de los primeros siglos. Sólo abrazando la verdad y la belleza se construye nuestra persona. La personalidad consiste en la conciencia que tiene del fin, en el juicio que tiene sobre las cosas, en la conciencia que tiene de la relación entre las cosas y su finalidad, y en la libertad que vive como adhesión, energía que hace adherirse al fin de la propia acción.
Cada vez que tengamos ocasión de escuchar esta Sonata, tratemos de ensimismarnos con la genialidad perfecta de Schubert, deseándonos que también en nosotros el crecimiento de nuestra personalidad alcance la perfección expresiva a la que está llamada.
(Luigi Giussani - texto traducido del fasciculo adjunto al CD)